Opinión  | 

Descarboniza, que algo queda

Juan Díaz Cano. Presidente de la Real Liga Naval Española

Asistimos, sin ser muy conscientes de ello, al inicio de una nueva revolución industrial que vendrá a cambiar nuestros actuales modelos de trabajo.

El signo de los tiempos parece haberse detenido en conceptos que, por ambiciosos y artificiales, nos acaban superando. Resulta absolutamente imposible abrir un periódico, ver un telediario o navegar por la red sin toparnos con palabras como cambio climático, descarbonización, deforestación, Agenda 2030, neutralidad climática, etc. Vaya por delante que lo paso mal cuando veo una tortuga enredada en cables y nasas, cuando veo a una gaviota empapada en chapapote o cuando veo a una ballena acosada por barcos japoneses momentos antes de darle captura. La difusión repetitiva de estas, y otras imágenes similares a lo largo del tiempo, han contribuido en el mundo occidental desarrollado a generar una conciencia medioambiental de corte sentimental que, reconozcámoslo, ha calado en la ciudadanía.

A partir de esta realidad son la clase política y los burócratas los encargados de marcar la hoja de ruta que nos lleve a un mundo feliz de emisiones cero. Desgraciadamente, esta hoja de ruta no se aplica con igual entusiasmo geopolítico a lo largo y ancho del planeta, destacando el desprecio medioambiental que muestran países como China, India, Pakistán, Rusia e incluso Estados Unidos. Frente a estos posicionamientos, Europa se ha convertido en el abanderado de la causa climática perdiendo de vista la merma de productividad que la misma, inevitablemente, produce. Sin embargo, parece que algo comienza a cambiar en la mente de los dirigentes europeos que ya han acordado retrasar el objetivo de neutralidad climática desde el año 2030 al año 2050. Incluso ya se comienza a generalizar en Bruselas el concepto de level playing field como elemento equilibrador de la balanza medioambiental.

Como no podía ser de otro modo, este movimiento ha llegado al mundo marítimo. Y lo ha hecho sin atender a los preceptivos informes técnicos y científicos que avalasen los cambios de normativas ni al grado de desarrollo futuro de las infraestructuras e instalaciones precisas para acomodar cambio alguno. Nuevos combustibles marinos aparentemente limpios asoman en el horizonte sin que, a ciencia cierta, ninguno se postule como la solución ideal. Se habla de combustibles de transición y se obliga a los armadores a motorizaciones de dudoso futuro al albur de futuras implementaciones dotacionales en las infraestructuras portuarias en el ámbito internacional.

Hace poco leía en este mismo medio que se calcula que el 25 por ciento de la flota mercante mundial pasará en los próximos años por la tiranía del soplete. Este proceso de achatarramiento dejará a los armadores sumidos en la incertidumbre y la duda de tener que escoger para sus futuras unidades unas motorizaciones adecuadas a unos combustibles todavía indefinidos.

La parte positiva de este proceso radica en el avance tecnológico que indudablemente vivirá la ingeniería naval y en el proceso de renovación y desarrollo de nuevas tecnologías marítimas. A ello contribuirá, sin duda, la consolidación del uso de la inteligencia artificial y la computación cuántica. Asistimos, sin ser muy conscientes de ello, al inicio de una nueva revolución industrial que vendrá a cambiar nuestros actuales modelos de trabajo, dibujando una nueva configuración social, que ya comienza a cernirse sobre todos nosotros.
Así que, mientras este futuro feliz llega, descarboniza que algo queda.