La joya de la corona del negocio marítimo portuario español se diluye. El desembarco de JP Morgan en Dragados-SPL, que habría asesorado a un consorcio de inversores institucionales en la compra a ACS, es el principio del fin del que ha sido el primer baluarte nacional en un negocio que parecía exclusivo de las multinacionales extranjeras. Pero la jugada estaba cantada desde que el presidente de ACS, un experto en comprar y vender empresas, se hizo con Dragados en 2003.
Dragados-SPL, que el buen hacer de un equipo liderado por Juan Carlos Pery había levantado desde aquella primera adquisición de Marítima Valenciana hasta su posterior expansión en el exterior (China, India, Brasil…), nunca fue una prioridad para Florentino Pérez. El presidente de ACS no supo ver en Dragados-SPL la casa aseada y bien fortificada que cualquier nuevo propietario ambiciona cuando arriba a una lugar ignoto. Sólo vio que la logística portuaria no daba los lustrosos retornos que entonces aportaba el ladrillo. Dragados-SPL sólo le ha servido para hacer un poquito de caja que le permita ampliar sus cuota de poder en negocios de más glamour.
Ahora, a la espera de conocer quiénes son los compañeros de JP Morgan en la operación (no sería de extrañar que estuvieran accionistas de la propia ACS a la espera de mayores plusvalías en una ulterior venta), el grupo será troceado y colocado a nuevos inversores en el medio plazo. La desintegración de Dragados-SPL, al margen de la nacionalidad del accionista, no es una buena noticia para el negocio ni para el país. No es cuestión de chovinismo, es sólo un lamento de lo que pudo haber sido y no fue.
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