Opinión  | 

El dilema de la seguridad energética y la transición

Alberto Camarero. Profesor Titular de Universidad y Luis A. Branco. Consultor de Transporte

Se necesitan políticas equilibradas que hagan uso de toda la tecnología disponible

La energía es una realidad poliédrica con diferentes aproximaciones, como su valor estratégico, la importancia de sus inversiones, sus implicaciones políticas, su papel en el proceso de descarbonización de nuestra economía, etc. El trilema del sector energético lo compone la seguridad, la equidad y el sistema medioambiental.

La seguridad energética es la disponibilidad de una oferta adecuada de energía a precios asumibles. Se trata de un enfoque multidimensional donde destaca la autonomía nacional, la independencia económica, la resiliencia y el análisis de las vulnerabilidades del sector energético. Ello significa que a corto plazo hay que ser capaz de reaccionar ante cambios repentinos que puedan producirse y, a largo plazo abordar políticas que garanticen el suministro de energía, según las necesidades económicas y medioambientales. La seguridad energética debe basarse en la diversificación de las fuentes de energía, de los países proveedores y de las vías y medios de abastecimiento.

La transición energética global de combustibles fósiles a energía limpias está conduciendo a un cambio geopolítico en el tablero internacional, con la pérdida de poder de los denominados países petrolíferos, a medida que las fuentes de energía renovables se van generalizando. Así, en un medio plazo habrá competencia geopolítica con relaciones entre los países más simétricas y mutuamente dependientes. En este sentido es importante destacar las palabras del secretario ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía, “la transición energética requiere un esfuerzo aún mayor que la seguridad energética”, por lo que es necesario aumentar la seguridad energética en los procesos de transición energética.

El diálogo a nivel mundial sobre la transición energética está fragmentado y polarizado, necesitándose más armonía entre todos los países para llegar a acuerdos razonables y duraderos. Ello es debido a que los países en desarrollo no quieren renunciar a sus proyectos de desarrollo económico para asumir el coste de reducción de emisiones acumuladas a las que apenas han contribuido.

En cuanto a la Unión Europea, consume el 11,4% de la energía mundial, con más del 80% de energías fósiles, siendo el tercer consumidor de energía final, tras EE.UU. y China, importando el 60% de que consume. Si a ello le unimos su escasez de recursos y de reservas, hace completamente necesario entablar negociaciones serias y duraderas con otros países para asegurar su consumo. Para ello es necesario desarrollar un nuevo mix-energético compatible con el medio ambiente.

Además, la situación política europea se caracteriza por la ausencia de un mercado europeo de la energía, a pesar de la creación en 2015 de la “Unión de la energía” con el objetivo de mejorar el mercado interior de la energía y la capacidad de resistir ante futuros problemas, centrándose en la seguridad energética, la integración, la eficiencia, la descarbonización y la I+D.

De esta forma los nuevos ejes de la geoestrategia europea en materia de energía se centran en la seguridad de abastecimiento, el aumento de la competitividad de la economía y la compatibilidad entre la transición energética y el desarrollo sostenible y el cambio climático.

El Green Deal supuso una valiente apuesta de la UE con el objetivo de llegar a la neutralidad climática en el año 2050, apostando por ser la primera zona económica mundial que lo consiga; buscando posicionarse a nivel global tras haber perdido otras batallas como la de la tecnología y la innovación. A ello se sumó el Fit for 55 con el objetivo de acelerar la reducción de emisiones de GEI hasta logara el 55% respecto de los niveles de 1990 en el año 2030, que se plasmó en la Ley Europea del Clima de junio de 2021. El reciente REPower EU, que la Comisión Europea lanzó en mayo de 2022 es una hoja de ruta para la lograr la independencia energética de los combustibles fósiles rusos en 2027, con una reducción de las dos terceras partes de gas ruso a finales de 2022: Todo ello acompañado de medidas que mejoren la eficiencia energética.
La nueva situación geopolítica ha llevado a la UE a buscar otro suministrador de energía al otro lado del Atlántico, en una dependencia cada vez mayor con EE.UU.

Con todo el nuevo horizonte energético de la UE de un sistema eléctrico descentralizado se fundamenta en cinco pilares: la integración de las energías renovables, la óptima gestión de la demanda, el uso de redes inteligentes y optimizadas, la innovación tecnológica y un mayor protagonismo del papel del consumidor.

En el caso de España tenemos una dependencia exterior del 80% de la energía primaria, sin problemas actuales de suministro, aunque a precios altos. Su consideración de isla energética con los actuales problemas de interconexión con Francia, donde solo llegamos al 2,8% de la capacidad instalada a pesar de tener un compromiso del 10% que debe ser el 15% en 2030. España tienen un mix energético diversificado, tanto en origen geográfico como en tipología, con alta capacidad de refino y de capacidad de gas natural licuado, con una alta contribución de energías renovables para la generación eléctrica. La Ley de Cambio Climático y Transición Energética considera unos objetivos importantes en 2030 para llegar al año 2050 reduciendo nuestra dependencia del exterior al 13% y que el 97% de la energía final consumida sea renovable, todo ello reduciendo las emisiones de gases efecto invernadero en un 90%. A ello, y debido al conflicto de Ucrania, se ha establecido un plan de contingencia con el objetivo de reducir un 10% el consumo de energía y se están acelerando las nuevas conexiones eléctricas con Francia.

¿Qué pasará cuando se cierre definitivamente el carbón y las nucleares si las renovables no son capaces de dar servicio al aumento de la demanda? Esto requiere una verdadera y seria discusión sobre las necesidades de inversión, sobre el origen de nuestras fuentes de energía, sobre las tecnologías a utilizar, sobre la necesidad de agilizar los temas administrativos relacionados con las renovables, entre otros temas. Es necesario priorizar la seguridad energética en un proceso de transición, que debe ser flexible adaptándose a las condiciones mundiales que se van produciendo.

Además, la seguridad energética forma parte de la actual Estrategia de Seguridad Nacional donde la vulnerabilidad energética en el proceso de transición energética es uno de los principales desafíos para nuestra economía y seguridad y donde el cambio climático está considerado como un riesgo sistémico global.

Estamos ante un nuevo paradigma caracterizado por la inestabilidad mundial, con gran volatilidad de los suministros, con una nueva geopolítica y un gran aumento de la demanda energética de China, India y África, con un proceso de transición energética, con nuevas fuentes de energía y un nuevo orden mundial, y donde la nueva dependencia puede pasar de los países tradicionalmente suministradores de las fuentes de energía fósiles a aquellos que controlan las cadenas de suministro de los materiales estratégicos para la transición energética, los denominamos materiales raros.

Es el momento de parar y pensar, discutir y tomar decisiones consensuadas y fuera de dogmatismos ideológicos si queremos seguir viviendo como, por lo menos, hasta ahora. La seguridad energética y la transición energética son dos caras de una misma moneda, deben ir de la mano y asegurarnos un futuro mejor para todos. Se necesitan políticas equilibradas que hagan uso de toda la tecnología disponible, ofreciendo una transición igualitaria y asequible a todos.