Opinión  | 

El papel de las SAL en el relevo generacional

Jone Nolte. Gerente de ASLE

Es necesario poner en valor y convencer sobre lo que representa una empresa participada por sus personas trabajadoras.

Participativa, Participada, Participar…estas y muchas otras, son palabras derivadas de “Participación”; concepto en boga y ampliamente utilizado durante estas últimas semanas, principalmente a raíz de las recientes elecciones.

Quizás no con tanta frecuencia como la actual, pero “participación” es una palabra que hace tiempo que se utiliza de forma constante en nuestra sociedad, dado que sugiere ideas y tiene connotaciones con las que difícilmente se puede estar en desacuerdo: involucración, contribución, formar parte de algo, colaboración, trabajo en equipo, sentido de pertenencia…Y todas estas ideas son ampliamente aceptadas, incluso promovidas, en contextos muy diversos como el electoral que, acabo de citar, el deportivo, cultural, educativo, incluso en el ámbito laboral.

Todas y todos queremos más y mejor participación, porque este concepto representa un ideal de sociedad democrática, inclusiva y empoderada donde las personas influimos en el desarrollo colectivo. Y, pocas personas se posicionarían en contra de este ideal.

Curiosamente, cuando la palabra “participación” la trasladamos al ámbito empresarial, se produce una auténtica paradoja: existe un amplio consenso en la necesidad de avanzar hacia una mayor participación de las personas trabajadoras en el ámbito operativo: equipos de trabajo, procesos, proyectos, incluso estrategia; es más, existen iniciativas de fomento de la participación impulsadas por las distintas entidades representativas del tejido empresarial, algunas de ellas, con amplio despliegue comunicativo. Sin embargo, el concepto de participación deviene negativo cuando hablamos de formar parte del capital o de los órganos de decisión y esas mismas entidades que fomentan activamente la participación, se muestran resistentes al fomento de “este otro tipo de participación”.

Lo cierto es que “esa otra participación” puede ser una clave y solución a uno de los problemas principales que afronta nuestra sociedad actual: el relevo generacional. Sin entrar a analizar las consecuencias de dicho relevo, puedo afirmar que una de ellas es la ausencia de relevo en la propiedad de las empresas; y, cuando esto ocurre, caben pocas alternativas: venta a un tercero o el cierre de la empresa…

Una tercera alternativa natural y sustitutiva de la sucesión familiar, consiste en la transmisión de la empresa a sus personas trabajadoras, siendo éstas las que, desde una organización reestructurada, adquieren la propiedad y abordan las transiciones necesarias. Es “esta otra forma de participación”, la que puede dar actualmente una solución a los procesos de relevo en la propiedad, posibilitando el mantenimiento del empleo, anclando los proyectos empresariales y los centros de decisión al territorio y posibilitando un impacto económico local y global desde la competitividad.

Sería deseable impulsar un pacto favorable a esta forma de participación, involucrando para ello a las organizaciones empresariales, sindicales, administraciones públicas, partidos políticos, agentes prescriptoras, entidades financieras y de garantía recíproca; todas ellas apoyando un modelo de participación de las personas trabajadoras en la propiedad, que se erige como una solución válida para el problema de relevo en la propiedad de las empresas, ante un panorama que, en ningún caso, tiende a mejorar.

Pero para que este pacto tenga visos de realidad, es necesario poner en valor y convencer sobre lo que representa una empresa participada por sus personas trabajadoras. Mentiría si dijera que no tiene problemas; por supuesto que los tiene; muchos y algunos de difícil solución. Pero es igual de cierto, que se trata de empresas que comulgan como ninguna con los principios y valores predominantes del modelo empresarial inclusivo participativo que fue aprobado unánimemente por nuestro parlamento hace escasos años y, que recoge, en definitiva, la filosofía que ha imperado desde su origen en las sociedades laborales, como máximos exponentes de las empresas participadas.

Es posible que el modelo de empresa participada no sea el óptimo para todas las empresas, pero puede ser la mejor alternativa para muchas de ellas. ¿Por qué no abrazar esta gran solución?