tribuna libre  | 

Gracias, Capitán

José Mª Alcántara

El conocido abogado maritimista José María Alcantara glosa en este artículo el buen hacer de Felipe Martínez al frente de la Dirección General de la Marina Mercante. Asegura que su relevo resulta tan imprevisto como inexplicable. Y es que el lector tiene que saber que Felipe Martínez fue ratificado en el cargo por Blanco cuando éste llegó a Fomento y cesado por el nuevo inquilino de la cartera sólo tres meses después

AFelipe Martínez le deberemos mucho. Su relevo, tan imprevisto como inexplicable, deja un enorme vacío y abre una gran incógnita en nuestra Marina Mercante. Hacía mucho que no teníamos un Director General de su calibre, talla y talante, desde mis recuerdos de la época del Almirante Boado, cuando el mar tenía rango de Subsecretaría, y con la excepción de aquel valiente gestor que fue Fernando Salvador. Felipe ha sido con mucho uno de los mejores.

Con una profundísima experiencia en la Administración, un instinto poco común por la realidad de los hechos y de las conductas humanas, una disponibilidad absoluta para ocuparse de una avería en un barco a las tres de la mañana, una afición creciente y casi devota por el medio marino, una sabiduría de aldea y de churrería madrileña sobre el devenir de rumores y acontecimientos, una cuasi-obsesión por la seguridad marítima, una santa manía de pensar cómo mejorar las cosas entre pitillo y pitillo, una voracidad de vértigo para leerse de derecha a izquierda, es decir, el entretejido, borradores de órdenes ministeriales, decretos y hasta supercódigos de seiscientos artículos, amén de todo lo que venía de la OMI y Bruselas.

Felipe ha sido un gran personalista armado de mechero de gatillo fácil, que se hacía cada mañana a pié rítmico desde la boca del Metro de Alberto Aguilera hasta su Despacho en Ruiz de Alarcón, y luego nos recibía en camisa para que le contásemos nuestro rollo con los ojillos puntiagudos y como si hubiese pasado la noche en la Dirección General. Felipe Martínez, que llegó del Cedex muy adentro de tierra, pronto se hizo con la vigilancia y persecución, legal desde luego, de los buques subestandar y salvó innumerables amenazas de naufragios y vertidos en el litoral y en las islas, y con las zozobras de Gibraltar llegó hasta donde los asuntos limitan con el Ministerio de Exteriores no antes de ofrecer apoyo y coordinación.

Felipe no tuvo, en sus cinco años de mandato, ningún “Prestige” y creo poder matizar que no fue por pura casualidad sino por razón de su afán de monitorizar los movimientos de barcos con cargas peligrosas de pabellones ‘listanegra’ en cuanto asomaban por las ventanas de nuestro Port State Control, cuyo operativo fue implacable en su actuación contra las deficiencias a bordo durante su tiempo. Su interés por la navegación segura le llevó a preocuparse, de forma preventiva, por la edad y mantenimiento de nuestra propia flota, y por la titularidad y capacitación de las dotaciones. Sobre muchos niveles de competencia, Felipe sobresalió en su trato humano y don de asequibilidad, que le otorgó un inmenso aprecio de sus colaboradores en el Departamento. Siempre escuché elogios a su derredor, y éso vale mucho, ¿lo sabías, Capitán?.

Su único problema con la Justicia, como hombre sensato, fue el de incomprender la lentitud e ineficacia de nuestros Tribunales y su gran aportación, para remediar el comatoso estado de nuestro Derecho Marítimo, fue el impulsar con el Ministerio de Justicia el camino de la que algún día llegará a ser la Ley General de Navegación Marítima, que sustituirá el vetusto Libro III del Código de Comercio y todo el Derecho Público de la navegación por mar. No puedo precisar si el exilio al que condenó a un hermoso bigote inicial fue causa del pitillo o de una ambición por oler la sal marina desde la Plaza de la Cibeles, pero a Felipe poco le faltó para instalar una torre de control del paso inocente de barcos, no de barcos inocentes, en el mismísimo Retiro, en una simbiosis mental premonitoria con ese genial dibujante Enrique Cavestany en sus estampas de un Madrid veneciano, cubierto por las aguas.

La Marina Mercante estaba en Madrid con Felipe al frente. En estas notas apresuradas no puedo incluir anécdotas del buen humor que le caracteriza, pero espero que le sigamos viendo esa mueca sarcástica y burlona para tranquilizar nuestro ánimo, que entretanto no adivina ni imagina cuál es la política marítima del nuevo titular de Fomento. Pero, a Felipe Martínez hay que darle un aplauso y espero que no tardemos mucho en hacerlo en medio de un homenaje cuando pasen los calores del estío.

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