editorial  | 

Cambio de modelo productivo

El presidente Zapatero, en su discurso en el Debate sobre el Estado de la Nación, repitió en 20 ocasiones que su objetivo es sentar las bases para ir hacia un nuevo modelo productivo que haga más competitiva la economía española. Todo su discurso estuvo trufado de latiguillos del tipo de “nuevo modelo productivo”, “futuro modelo de crecimiento”, “un modelo de crecimiento renovado”, “transformación del modelo productivo”… así hasta 20 veces, ni una más ni una menos. El objetivo de Zapatero es loable y su propósito de enmienda también al reconocer que “es evidente que el Gobierno se ha equivocado, sucesivamente, en sus previsiones durante este último año”, pero en el camino se han destruido 1,3 millones de empleos y es que el letargo y la inacción pasan factura.

Está claro que el presidente tiene una gran cohorte de asesores que le ponen negro sobre blanco lo que el respetable quiere escuchar, aunque cuando rascas sobre el papel el resultado es más que decepcionante porque sus palabras no pasan de ser las cabriolas de un funámbulo sobre el alambre, que además trabaja sin red. Contra la crisis económica más grave desde la segunda guerra mundial, la receta de Zapatero, que además asegura que sienta las bases “hacia un nuevo modelo de crecimiento económico”, pasa por las siguientes medidas: reducir en cinco puntos el Impuesto de Sociedades durante tres ejercicios a las empresas de menos de 25 trabajadores y un volumen de ventas inferior a 5 millones de euros que, a 31 de diciembre de 2009, mantegan o mejoren su plantilla media de 2008 (la misma fórmula para los autónomos en el Impuesto sobre la Renta); una nueva Ley de Puertos que impulsa la competencia entre puertos y mejora la prestación de servicios (sic); un estímulo de 2.000 euros, en la que también participan fabricantes y Comunidades autónomas, para la compra de vehículos; la consabida inversión en I+D+i, que siempre se nos presenta edulcorada con que hoy se invierte más que ayer; la sempiterna inconclusa reforma de la Formación Profesional; el proyecto Escuela 2.0 que contempla que cada alumno tenga su propio ordenador portátil; un gran número de obras en infraestructuras de transportes (sic); además de otras perlas.

Muchas de estas medidas, si no todas, tienen relación directa o indirecta con el transporte y la logística, un sector verdaderamente transversal para el que el presidente Zapatero no tiene modelo alguno que, de existir, sí serviría para estimular una actividad económica de alto valor añadido, de más productividad y dinamismo (sic). Si repasamos una por una las medidas estructurales planteadas por Zapatero, ahora que ya nos hemos despertado sabiendo que el ladrillo no es el futuro, observamos que algunas están metidas de rondón, como la nueva Ley de Puertos (que de nueva no tiene nada y, además, no plantea ni por asomo meterle mano al verdadero cáncer de las dársenas españolas, ésto es, el monopolio en la estiba); otras llegan tarde y sin consenso con las Comunidades Autónomas, caso de las ayudas para incentivar la demanda nacional de turismos, aunque bienvenidas sean; otras no pasan de ser un fin cuando tenían que ser un medio, como las obras en infraestructuras y los portátiles gratis para los alumnos a partir de quinto de Primaria (aunque hoy ya se sabemos que no serán tan gratis); y algunas son puro cachondeo, cuando no rayan en la estulticia, como las referidas a pymes y autónomos, que lo que verdaderamente necesitan es financiación y no que les reduzcan la carga impositiva sobre los beneficios porque, con la que está cayendo, son excepción quienes esperan cerrar el ejercicio con número negros.

El análisis del conjunto es también desolador porque el plantel carece de un verdadero denominador común para darle la vuelta a nuestro modelo económico. Pero tan desesperanzador como las medidas de Zapatero es que su discurso, vacuo, inundado de chusca propaganda y más propio de un charlatán que de un presidente que asegura querer enfrentarse a la crisis y sentar las bases de un futuro más prospero, haya supuesto un torpedo en la línea de flotación del partido de la oposición. Apañados estamos.

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