Editorial  | 

Neutralidad tecnológica, la única salida

Europa necesita marcos regulatorios estables, incentivos claros a la innovación y la capacidad de rectificar cuando las decisiones iniciales se demuestran limitadas.

La transición energética del sector está en un punto de no retorno. El calendario europeo que fija en 2035 la prohibición de los motores de combustión interna ha sido presentado como un triunfo climático. Sin embargo, la experiencia demuestra que las prohibiciones por sí solas no reducen emisiones. Lo que verdaderamente importa es cómo se gestionan las soluciones disponibles y hasta qué punto se les permite desplegar todo su potencial. Un año después del Informe Draghi, el ex primer ministro italiano insiste en adoptar un enfoque de neutralidad tecnológica. Y es que en este camino “verde”, lo sensato es no dejar nada fuera. Ese debería ser el principio rector de cualquier estrategia climática, porque la electrificación por sí sola no puede cubrir todos los escenarios. Ni la carretera de larga distancia, ni la aviación, ni el transporte marítimo se electrificarán de forma masiva en pocos años. Insistir en una única vía supone ralentizar la descarbonización, perder competitividad industrial y condenar a miles de empresas a una transición inasumible.

Los combustibles renovables son un ejemplo claro de lo que se está ignorando. Capaces de reducir emisiones de forma inmediata, de integrarse en las infraestructuras actuales y de utilizarse en los motores existentes, representan una herramienta indispensable para alcanzar los objetivos de 2050. Descartarlos en nombre de un calendario político es un error que puede costar caro a la economía europea y a la credibilidad de sus políticas climáticas.

No se trata de elegir entre electrificación o combustibles renovables, ni entre hidrógeno o biometano. Se trata de reconocer que todas estas tecnologías son necesarias, que ninguna es suficiente por sí sola y que solo sumando se podrá construir una transición justa, eficaz y sostenible.

Europa necesita marcos regulatorios estables, incentivos claros a la innovación y la capacidad de rectificar cuando las decisiones iniciales se demuestran limitadas. La fecha de 2035 no puede ser el acta de defunción de un motor, sino el comienzo de un modelo energético más diverso y ambicioso. Porque el verdadero reto no es acabar con la combustión, sino con las emisiones. Y en esa tarea de reducir la huella de carbono, todo cuenta.