Si Bruselas reclama neutralidad climática en 2050 y una reducción del 45 por ciento en las emisiones de los nuevos camiones en 2030, el margen ya no es teórico.
España, como de costumbre, vuelve a llegar tarde. En la transición del transporte pesado hacia la descarbonización, los datos de la patronal de los concesionarios Faconauto, recogidos en su Observatorio del Vehículo Industrial, no admiten matices. Mientras la cuota de camiones de cero emisiones en la UE ronda el 3,6 por ciento, en España no alcanza ni el 1 por ciento.
Se sigue esperando a que “maduren las condiciones”, como si el reloj comunitario fuera opcional. Bien es verdad que el promedio comunitario tampoco invita al optimismo. Ese 3,6 por ciento dista de ser un éxito para un continente que se ha fijado unos objetivos climáticos muy ambiciosos. Europa avanza, sí, pero a un ritmo insuficiente para lo que exige su ‘agenda verde’. Y aun así, España circula por las carreteras en el furgón de cola.
Si Bruselas reclama neutralidad climática en 2050 y una reducción del 45 por ciento en las emisiones de los nuevos camiones en 2030, el margen ya no es teórico. Quedan cinco años. Es mañana.
España necesita un plan nacional urgente para avanzar al ritmo que marca Europa. No un catálogo de intenciones, sino una hoja de ruta precisa, financiada y medible, con compromisos compartidos entre las administraciones, la industria, los operadores logísticos y los concesionarios.
El problema no es tecnológico ni conceptual. Es de ejecución. Como recordó Faconauto, de los más de 1.000 puntos de carga públicos aptos para camiones pesados en Europa, España tiene 24. Y solo cuatro operan actualmente. En hidrógeno, el balance es más desolador. El resultado es tan previsible como preocupante: una transición que no despega, inversiones que dudan y operadores atrapados entre exigencias climáticas y herramientas insuficientes. No se trata de entusiasmo verde; se trata de competitividad, autonomía industrial y capacidad de liderar una transformación que ya está en marcha.
España se autodeclara como país logístico y busca ser una economía industrial fuerte. Pues bien: no hay industria competitiva sin logística preparada para el futuro. España no puede permitirse otra década de resignación tecnológica. O acelera, o se queda fuera de la carretera del futuro. Y esta carrera no admite posiciones de consolación.