Opinión  | 

Golpe de realidad

Juan Díaz Cano. Presidente de la Real Liga Naval Española

Los aranceles perjudican tanto a las industrias eficientes de un país como a sus propios consumidores.

La película “El Padrino” se inicia con una serie de secuencias que relatan la boda de la hija de Vito Corleone, uno de los principales capos mafiosos de la ciudad de Nueva York. Siguiendo una antigua tradición siciliana, el día de la boda de su hija, Corleone no podía negarse a ningún favor que se le pidiera. Accediendo a ello, recibe a un viejo conocido, de profesión funerario, que le pide liquidar a dos muchachos que han maltratado a su hija. El padrino, en tono frío y distante, le dice algo así como “nunca quisiste mi amistad, tu negocio iba bien, la policía guardaba tu sueño con la ley y ahora vienes a mí y me pides que mate a los que maltrataron a tu hija”. Esta inicial aparente negativa se acaba convirtiendo en un favor que el capo accede a conceder, aunque sin llegar al extremo requerido por el funerario.

A Europa le ha ocurrido lo mismo que al pobre funerario de la película. Un golpe de realidad con motivo de la llegada de un presidente tan atípico como Trump a la Casa Blanca le ha servido para convencerse de que el policía del mundo se ha cansado de serlo, pero a diferencia de lo que ocurre en la película, Europa carece de capo a quien recurrir. Cabría oponer a la administración Trump que, a cambio de ejercer como policía del mundo, Europa ha venido aceptando desde el año 1945 absorber parte importante de la enorme deuda pública norteamericana, convertirse en un mercado cautivo y sostener el dólar como moneda de intercambio internacional. Todo ello por no hablar sobre el interesado apoyo norteamericano a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial a través de las leyes de préstamo y arriendo que abocaron a los británicos a un papel internacional secundario a partir de 1945.

En cualquier caso, parece claro que, a partir de ahora, Europa se verá obligada a asignar fuertes partidas presupuestarias destinadas al rearme de sus ejércitos, algo que los políticos europeos no tendrán fácil de vender a sus electores.

América grande de nuevo fue el eslogan que llevó a Trump a ganar las elecciones; un eslogan que en ninguna nación de Europa hubiera podido funcionar porque dentro del mundo occidental lo que diferencia a Europa de Estados Unidos es la distinta concepción que se tiene respecto al concepto de nación. Un concepto cuyo orgullo en Europa parece haberse diluido con el paso del tiempo.
Vinculado al concepto nacional surge una derivada inevitable: el arancel como arma proteccionista emocional por excelencia. Si algo nos ha enseñado la historia económica es que los aranceles perjudican tanto a las industrias eficientes de un país como a sus propios consumidores. Por el contrario, el libre comercio asegura la optimización productiva internacional incluso en favor de las naciones más pobres. En consonancia con ello, las amenazas de guerra comercial esgrimidas por Trump ya se dejan sentir en las bolsas norteamericanas donde las principales empresas observan cómo sus valores bursátiles caen a plomo. Imagino que será cuestión de tiempo que la administración estadounidense se vea obligada a dar marcha atrás en una guerra que difícilmente podrá ganar. No olvidemos que dos terceras partes de la deuda norteamericana descansa en manos chinas.

Nos quejamos de la guerra arancelaria impulsada por Estados Unidos, pero, dentro del contexto marítimo, nos olvidamos de que la imposición de ETS en los puertos europeos juega el mismo papel que un arancel. Y en esta misma línea, también parecemos olvidar que obligamos a los armadores europeos a motorizaciones ecológicas en sus barcos cuando no existen plataformas internacionales suficientes de suministro de estos combustibles y cuando el resto de los países no se comprometen a esta descarbonización.

A este lado del Atlántico, Europa, imbuida por una extraña ideología dominante en la que se mezcla de modo confuso el pacifismo, el feminismo, la defensa del medio ambiente, la integración cultural, la sociedad del bienestar, la burocracia, la economía circular y demás consignas woke, ha despertado del sueño para comprobar cómo definitivamente ha pasado a ser un actor secundario en el contexto geopolítico mundial.

Los europeos llevamos mucho tiempo pegándonos tiros en el pie y perdiendo el tren de la competitividad. Definitivamente, la vieja idea disolvente de Unamuno (que inventen ellos) parece haberse apoderado de los dirigentes políticos de Europa. La pregunta que nos queda por responder es: y ahora, ¿qué?