Editorial  | 

La logística, rehén de la geopolítica

La industria exportadora, que necesita previsibilidad y costes razonables para competir, se enfrenta a un escenario en el que cada crisis política se traduce en disrupciones logísticas, sobrecostes y pérdida de márgenes.

El transporte y la logística, motores invisibles de la economía, se han convertido en rehenes de la geopolítica. El comercio internacional, que debería fluir al ritmo de la eficiencia, se ve condicionado por guerras, sanciones, aranceles, crisis energéticas o inestabilidad en corredores estratégicos como el mar Rojo.

Que las mercancías lleguen a buen puerto depende hoy de mapas en constante cambio y decisiones que poco tienen que ver con la competitividad empresarial. España, como potencia logística y país dependiente de su comercio exterior, vive esta realidad con especial intensidad. La industria exportadora, que necesita previsibilidad y costes razonables para competir, se enfrenta a un escenario en el que cada crisis política se traduce en disrupciones logísticas, sobrecostes y pérdida de márgenes. La reciente escalada de tensiones en Oriente Medio, los aranceles dictados por Trump, o la incertidumbre sobre la política comercial europea marcan el día a día de transitarios, transportistas y operadores portuarios.

Menos mal que la capacidad para adaptarse está en el ADN del sector logístico español. Donde otros verían muros infranqueables, los profesionales españoles encuentran desvíos, alternativas y soluciones. Esa “resiliencia” que ahora se ha puesto de moda no es una novedad para el transporte: es una forma de vida. Y lo ha hecho, en demasiadas ocasiones, sin el reconocimiento público que merece.

Sin embargo, mientras se exige al transporte que se adapte a escenarios cada vez más imprevisibles, las administraciones rara vez ofrecen la estabilidad que se necesita. La política comercial europea no siempre responde a las necesidades de su tejido industrial, y la falta de coordinación internacional multiplica los problemas. Se corre el riesgo de que la logística se convierta en moneda de cambio en negociaciones que no tienen en cuenta a quienes realmente mueven la economía.

Hace falta una política que acompañe, que garantice seguridad jurídica, que potencie infraestructuras críticas y que no deje al sector solo ante el tablero geopolítico.

Porque si algo ha quedado claro en estos años convulsos es que sin logística no hay comercio, y sin comercio no hay industria. Y España no puede permitirse ese lujo.