Necesitamos transformar el modelo hacia uno más colaborativo, digitalizado, intermodal y resiliente
He visto recientemente “La tempestad” de Shakespeare, autor universal y eterno observador de la condición humana. En la pieza teatral, una gran tormenta sacude a los personajes y los transporta a un desconocido espacio. Una isla remota que les confronta con su fragilidad, pero que también les abre una nueva opción: la posibilidad de colaborar como opción única de supervivencia. Paralelismo directo con el transporte terrestre de mercancías, ya que estamos sometidos a un severo temporal logístico. Falta de conductores (como efecto más visible y mediático); episodios climáticos adversos; saturación en infraestructuras clave; alteraciones en las cadenas de transporte con incidencias sociales y operativas; tensión geopolítica. Todo ello distorsiona un sistema logístico reactivo con limitadas posibilidades de previsión y reanimación. Realmente, se necesitan acciones estructuralmente profundas e innovadoras, que sólo pueden partir de nosotros mismos, para surfear el temporal.
Este conjunto de circunstancias pone de manifiesto la necesidad de activar la resiliencia como remedio a un modelo logístico cada vez más vulnerable, en el que las roturas de eslabones esenciales ponen al descubierto la fragilidad de los ingredientes de toda la cadena.
Es ya indispensable que activemos la medición de operaciones logísticas con indicadores efectivos y datos reales, que exploremos también nuevas maneras de operar que aporten vigor logístico. Es ya urgente que tratemos mejor a los conductores y que activemos la colaboración, haciendo bandera y acreditando transparencia logística que genere entornos de confianza real con oportunidades de mejora fiables. De no hacerlo, existe el riesgo de que la cadena de transporte terrestre se “maritimice”. Es decir, que una opacidad operativa extrema
-igual que acontece en el marítimo- elimine el poder que actualmente aún tenemos para detectar e incidir en cada componente logístico para nutrirlo, repararlo debidamente y buscar su máxima eficiencia colaborativa. Estamos inaugurando una peligrosa senda donde los componentes del escandallo de costes terrestres pueden ser -cada vez más- sólo estructurales, y que las facturas finales, sean similares a las del marítimo, llenas de surcharges donde el flete es lo menos importante al verse superado en importe por los recargos adicionales facturados. Corremos el inminente riesgo de que las ineficiencias logísticas se institucionalicen y se conviertan en conceptos inevitables. Es necesario que la trasparencia logística sea el canal para analizar las crisis operativas y actuar en cada tramo de la cadena con acciones dirigidas a una solución conectada, colaborativa y colegiada. La transparencia -sin vulnerabilidad- debe ser la palanca que nos permita entender, corregir y anticipar; no una mera proyección de un deseo operacional.
Al igual que en “La tempestad”, donde la tormenta revela las debilidades, pero también la oportunidad de cambio, la falta del transporte de estos recientes meses debe servir como catalizador. Necesitamos transformar el modelo hacia uno más colaborativo, digitalizado, intermodal y resiliente, capaz de resistir futuras tempestades y garantizar la continuidad operativa. El momento es ahora, quienes actúen con visión, liderarán el futuro.
Jordi Espín
jespin@transprime.es